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viernes, 19 abril, 2024

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Quevedo: la vida de las trabajadoras sexuales, entre la estigma y la maternidad

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Ziara tiene 36 años. Ha pasado bastante tiempo desde la vez que se acostó con su primer cliente.  Lo único que recuerda es que pensaba en sus hijos y sus padres.

El oficio lo inició en Cuenca, pero es oriunda de Manabí. Empezó como prepago porque se sentía más segura con esa modalidad, aunque a veces los clientes solían pasarse con ‘sus caricias’ y la trataban mal, recuerda.

Con el paso de los meses, vio una oportunidad para salir de la prostitución. Primero conoció un hombre mayor que le prometió una vida más segura en un burdel.

“Me fui a ‘parar’, yo lloraba, no quería estar allí y él me preguntaba que me pasaba y yo le decía que no quería estar allí, que no me gustaba. Me preguntó que más sabía hacer y yo le dije que me gustaba cocinar”, relató.

Las chicas que llegan a los centros de tolerancias, son de otras provincias y países.

Durante un año mantuvo en pie un restaurante en Cuenca, pero mientras pasaban los meses, seguía teniendo deudas con proveedores; fue cuando se dio cuenta que había sido engañada y estafada por ese hombre.

“Tuve que cerrar porque tenía deudas, me fui a Quito, y allá me llamaban porque debía luz, arroz, y otras cosas del negocio que no podía pagar. Fue inútil todo ese tiempo que pasé trabajando”, dijo.

Ziara comentó que las trabajadoras sexuales son comúnmente engañadas por hombres, que sólo quieren llevarse el dinero diario que ganan ofreciendo sus cuerpos.

“Tuve que regresar al oficio porque tenía deudas, mis hijos ya estaban estudiando y no podía abandonarlos. Así que afronté el dolor y empecé a trabajar en un centro (de tolerancia) que no es lo mismo que ser prepago, en los prostíbulos te quedan viendo como mercadería, pero tuve que acostumbrarme”, indicó.

Su hija mayor está próxima a graduarse de cosmetóloga, también tiene un adolescente en el colegio y un bebé. Ella asegura que la única manera que pudo salir adelante es con este trabajo, pero no descarta volver a emprender con la preparación de encebollados.

“En la pandemia me fui bien al principio, pero luego la gente comenzó a tener miedo, entonces tuve que dejarlo. Ahora no hago prepago porque es más peligroso, no sabes con quien te vas a encontrar, la gente es muy estresante, no te pagan, a mis compañeras las han violado, golpeado….”, manifestó.

En los ojos de Ziara hay fuerza, no le importa lo que digan de su vida, suele visitar Quevedo para trabajar en un centro de tolerancia muy reconocido.  “Mi familia no me pregunta cómo estoy, pero siempre me presta dinero y nos señalan igual que las personas en las calles”, enfatizó.

‘También somos bailarinas’

Lo único que quieren Ziara y Britany es no sentirse juzgadas, sino comprendidas.

Britany tiene 34 años. Es compañera de trabajo de Ziara y son coterráneas. Ella también es madre soltera. Relató que antes tenía un trabajo seguro, muy lejos de la prostitución, pero por las circunstancias de la vida se quedó sin empleo y varias puertas se le cerraron.

“No me quedó opción, pocos conocen esa desesperación de no recibir apoyo y que tu hija no tenga que comer todo el día. Es difícil”, habló Britany.

Agregó que también son bailarinas, una habilidad que tuvieron que aprender obligadas, pero que les gusta. “Lo único que no me gusta es que los hombres te pegan, te graban, te hacen viral y eso a uno lo ‘bajonea’, pero esta vez, vamos con una mascarilla y un antifaz por la pandemia”, manifestó.

Otro detalle que han aprendido es no enamorarse de los clientes, la mayoría de sus compañeras son víctimas de engaños y robos. “Creo que sí, una vez nos enamoramos, pero nos han pagado mal”, continúo Britany.

Las historias de vida y los motivos son parecidos en un centro de tolerancia, allí es otro mundo, un mundo al cual no quieren pertenecer todo el tiempo. “La paga es buena, ahora ha bajado, en cuatro días nos hacemos 100 dólares y bailando unos 10”, coincidieron.

Lo único que quieren Ziara y Britany es no sentirse juzgadas, sino comprendidas, que existan más leyes que regulen su situación, que no haya discriminación ni estigma. (EHL)

 

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