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martes, 8 julio, 2025

El hilo de una vida: Don Paúl el sastre que le confeccionó a José María Velasco Ibarra

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«Mi padre (un viejito que me crio) me dijo: aprende este oficio porque algún día te acordarás de mi”, rememora Luis Anfonso Balladares, conocido como Don Paúl.

Y es que, bajo la sombra de Súper Éxito, en el local 39 del pasaje comercial Quevedo, se encuentra un artesano cuyo arte no solo viste cuerpos, sino que también cose historias.

Desde los tiernos 13 años, este maestro del buen vestir ha empuñado la aguja con la sabiduría que solo los años y la pasión pueden conferir.

Su camino en el noble oficio de la sastrería no fue una casualidad, sino un legado, una profecía pronunciada por la voz que lo guio en la vida y pulida por el maestro Luis H. Molina. Y así fue. Aquel consejo paterno germinó en un profesional impecable, cuyo título de maestro en corte y confección, fechado el 5 de agosto de 1980 y colgado con orgullo en su local, da fe de su excelencia.

Aunque reconoce que fue el primer ecuatoriano en especializarse en diseño de modas, pero sabe que aunque se destacó, no aprovechó la oportunidad que le bridó la Camara Artesanal de Pichincha, de ir al club de París, «porque no quise dejar mi país».

Aunque sus raíces se anclan en Quito, donde pulió su arte y tuvo el honor de confeccionar un traje especial para el expresidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, y otras figuras prominentes, fue en Quevedo donde Don Paúl formó su nueva vida y formó sy hogar, procrando su hogar, con tres hijos, dos de ellos siguen sus pasos.

Junto a su familia, llegó a esta ciudad y, con cada puntada, se ganó la confianza y el respeto de la comunidad.

Militares, policías, médicos, periodistas y un sinfín de profesionales encuentran en él no solo un sastre, sino un confidente, un artesano que entiende el peso y la importancia de cada prenda.

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Don Paúl, hoy tiene 75 años de edad, e irradia una alegría contagiosa, una amabilidad genuina que se dibuja en cada gesto.

Su local no es solo un taller; es un espacio donde la calidez humana es tan palpable como la tela. En la pared de vidrio, una sencilla hoja de papel con su nombre, número de teléfono y un mensaje singularmente entrañable: «Llámame, por favor».

Esta es la filosofía de un hombre que, a pesar de ser dueño de su propio negocio, se entrega por completo a sus clientes, considerándolos su «propiedad», su razón de ser. Llega a la hora que se le requiere, sin quejas ni pretextos, solo con la disposición de servir.

El tiempo ha surcado su rostro y sus manos, huellas de una vida dedicada al arte de vestir. Sin embargo, en el alma de Don Paúl, la alegría permanece intacta, un hilo dorado que lo mantiene conectado con la esencia de su vocación. Él es más que un sastre; es una institución, un testimonio viviente de cómo la pasión y el servicio pueden coser una vida plena y significativa.

 

 

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