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viernes, 19 abril, 2024

Dismorfia corporal, enfermedad que requiere de mucha ayuda profesional

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EE.UU. BBC. De niño, allá donde iba, siempre me comparaban con mi hermana, que era rubia y de ojos azules. Yo soy moreno.

“¿Por qué ella es tan linda? ¿Y a ti qué te pasó?”, me decían. Eran comentarios graciosos que hacían en broma, pero de tanto repetírmelos, se me quedaron grabados.

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Ahí comenzó a tomar forma el trastorno

Empecé a preocuparme mucho por mi físico. Primero fue el peso.  A los 16 estaba relativamente gordito, así que me metí en un gimnasio y comencé a cuidar mucho la alimentación.

No llegó a ser anorexia —porque sí comía— pero hacía tanto ejercicio que llegué a perder 10 kilos en dos semanas. “Te pasaste, ya bajaste mucho”, me decían. Pero yo no lo veía. Había generado la falsa idea de que con solo estar delgado uno ligaba.

No solo eso: sentía que los que están más flacos y se ven bien tienen mayores oportunidades en la vida. Sé que no es así, pero es lo que yo pensaba.

Relación empeoró

En ese entonces la relación con mi familia empezó a empeorar. Veían que estaba mal e intentaron advertírmelo de muchas maneras, hasta que en un punto me dijeron que pidiera ayuda profesional.

Yo seguía sin reconocerlo, pero por aquella época ya me daba cosa ir a fiestas, cumpleaños, bailes… porque me veía mal.

Obsesión

La preocupación por el peso fue rotando hacia otros “defectos”. Me obsesioné con mi nariz. Me la veía ancha, grande, fea. Me miraba en el espejo y me hacía fotos de todos los ángulos posibles para comprobar cómo me veía. 

Podía pasar mucho tiempo mirando aquellas imágenes. Luego la asimetría se volvió mi fijación, tanto la de la cara como la del cuerpo. Me analizaba al detalle, me diseccionaba. Me fijaba en cada parte. No me daba cuenta de mi nivel de perfeccionismo y de la obsesión con la que me examinaba.

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