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jueves, 25 abril, 2024

En pos de un ideal

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“El fruto del justo es árbol de vida; el que arrebata la vida no es sabio” (Proverbios 11:30).

Jerónimo de Praga nació en 1365. Gracias a su alto grado de lucidez, elocuencia e ilustración, fue un gran estudiante en la Universidad de Praga (en la actual República Checa), donde fue considerablemente influido por Juan Hus. Al finalizar sus estudios de licenciatura en 1398, continuó su preparación académica en Oxford (Inglaterra), donde adoptó las posturas teológicas del reformador inglés Juan Wiclef.

El arresto de Juan Hus motivó a Jerónimo a ir en ayuda de su fiel maestro, quien se dirigió a Constanza (Alemania) sin ningún tipo de salvoconducto. Al llegar a la ciudad, se dio cuenta de que no podía hacer nada por su gran amigo y trató de huir, pero fue arrestado y arrojado a un calabozo. Ahí se enteró de que Hus había muerto en la hoguera. Jerónimo pasó un año en la cárcel, encadenado, sometido a pan y agua, sufriendo torturas y angustias terribles.

El asesinato de Hus levantó gran indignación en toda Bohemia y persuadió a las autoridades de convencer a Jerónimo para que se retractara de sus palabras contra Roma. Enfermo, desanimado y desnutrido, aceptó someterse al concilio: se comprometió a adherirse a la fe católica y a condenar las doctrinas de Hus y Wiclef. Sin embargo, a pesar de su lamentable estado físico, se arrepintió de su momento de flaqueza y resolvió no volver a negar a Jesús para librarse de un breve periodo de sufrimientos. Exigió que se le diera una oportunidad de defenderse.

Jerónimo recibió la ocasión de defenderse. Y así, después de un año en el calabozo sin poder leer ni ver la luz, dirigió un discurso lleno de claridad a sus detractores: “Vosotros condenasteis a Wiclef y a Juan Hus no porque hubieran invalidado las doctrinas de la iglesia, sino sencillamente por haber denunciado los escándalos provenientes del clero: su pompa, su orgullo y todos los vicios de los prelados y sacerdotes. Las cosas que aquellos afirmaron y que son irrefutables, yo también las creo y las proclamo” (El conflicto de los siglos, pp. 121, 122).

El 30 de mayo de 1416, en Constanza, fue conducido al mismo lugar donde Hus había dado su vida. Se dirigió al suplicio cantando, con el rostro iluminado y lleno de gozo y paz. Antes de que el verdugo encendiera la hoguera, le dijo: “Ven por delante, sin vacilar. Prende la hoguera en mi presencia. Si yo hubiera tenido miedo, no estaría aquí” [ibíd., p. 123).

Allí murió este siervo de Dios, pero sus frutos permanecen. Perseveró hasta la muerte y recibirá la corona de la vida (Apocalipsis 2:10). Sigue hoy su ejemplo de perseverancia.

 

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Alejandro Medina Villarreal

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